sábado, 27 de octubre de 2007

Lecciones de Liderazgo: Actua y Manipula. Por Elizabeth, La Reina Virgen




Para Erving Goffman (1922-1982), figura de culto de la teoría sociológica y precursor empírico de la vida cotidiana (la Etnometodología), la personalidad no es una posesión del actor, sino un producto de la interacción entre el actor y su audiencia. La persona (actor y cuerpo) proporcionan simplemente la percha sobre la cual colgará durante cierto tiempo algo fabricado en colaboración.

Para exponer claramente este proceso, Goffman toma del teatro la denotación “dramaturgica” y adapta su connotación a la sociológica, según la cual: Dramaturgia implica todas las tècnicas que utilizan los actores para controlar a las audiencias, especialmente los elementos que de ella puedan ser destructores. Los actores esperan que la personalidad representada sea lo suficientemente fuerte, de modo que la audiencia defina a los actores tal y como ellos desean. La Fachada (El “look” y los Modales), El Medio Físico (o los medios en los cuales hará su representación) y Los Secretos (placeres incompatibles con la representación, errores cometidos en la preparación de la misma, el proceso de producciòn, el “trabajo sucio” para llegar a los resultados finales: tareas físicamente sucias, semilegales, crueles y/o degradantes; y otros criterios de actuación, como insultos, humillaciones o pactos realizados para seguir actuando) se convierten entonces en la tarea diaria a cumplir para la elaboración de nuestra personalidad.

Cuando se es un personaje público: líder o “celebridad”, cada uno de estos pasos es tan vital que entonces el actor en cuestión se hace rodear de asesores de imagen de todo tipo, por una sencilla razón: hay que construir la personalidad de acuerdo a lo que las audiencias necesiten. En resumen, un líder o una persona debe construir ante todo su personaje para luego poder manipular a antojo a las audiencias, esto es Dramaturgia.

Según la necesidad de estas audiencias, el actor construirá su carácter: si esperan un Mesías, será un Mesías; si esperan a un libertador, será un libertador; si esperan a un guerrero, será un guerrero… o una guerrera.

En el filme “Elizabeth: La Reina Virgen”, de Shekar Kapur, (Reino Unido, 1998) vimos como una joven, nerviosa e inexperta reina tuvo que echar a rodar, literalmente, la cabeza de unos cuantos que no la dejaban ser a plenitud, encontrando finalmente en el arquetipo de “La Virgen” su salvación: anglicana, enemiga declarada de la Iglesia Católica, con un pueblo por gobernar dividido entre protestantes y católicos; Elizabeth encontraría el traje perfecto para presentarse ante su audiencia: virgen, guerrera, Purísima, enamorada solo de sus fieles; la figura perfecta para amar. ¿Quien iba a odiar a una reina anglicana si parecía la mismísima Madre de Dios?

En el nuevo filme “Elizabeth: La Edad Dorada”, del mismo Shekhar Kapur, Elizabeth lidera a un ejército de hombres contra la españolìsima Armada Invencible y debe enfrentarse “en privado” a un rival mucho peor: su prima, María Estuardo. Otra cabeza rodaría. Pero, nuevamente, ¿quién podría juzgar a la reencarnación de la mismísima madre de Dios: La benevolente, la heroína del pueblo, la única que se atrevió a enfrentar al Imperio para construir el suyo propio, la que impulsó la mayor revolución cultural de la historia inglesa, la Madrina de Shakespeare, la “Reina de las Hadas”?

Elizabeth Tudor, la hija bastarda de Enrique VIII y Ana Bolena, la única mujer en la lista de los 10 personajes que cambiaron la historia (según Michael Jelb) supo actuar y manipular perfectamente: fue la Virgen-Guerrera (según el arquetipo de C.G. Jung no se refiere a la sexualidad, sino màs a la mujer independiente), aprovechó la mayor crisis atravesada por su pueblo para plantarse como heroína, supo ganarse el respeto, el amor y la admiración de su pueblo a costa de su sacrificio de permanecer sola en el poder y su apariencia y modales de alma impoluta: maquillarse como una estatua de mármol cubierta de velos, igual que las imàgenes de la virgen presentes en las iglesias y su continua “rezadera” en público. ¿Sus secretos? El espionaje, la violencia, el chantaje, algunos amantes de renombre, la compra de conciencias o la censura y en ùltima instancia, el echar a rodar la cabeza de cualquiera que pudiera echar abajo su fachada. Lo que nadie le pudo quitar: su gran inteligencia como estratega militar: desde la estocada a su prima, hasta el golpe mortal a la Armada Invisible; todo ello contado por ella misma con un humor ácido, casi sádico, que la hacía mucho màs adorable para su violenta audiencia.

Qué tiempos tan bárbaros… aquellos!

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